Sábado, veintiocho
de octubre, entre dos luces iniciamos la etapa montañera, atravesando la
desértica plaza y por la calle Ávila, hacia el frontón es la acertada
dirección. Desde el minuto cero, por el camino hormigonado comienza la constante y prolongada ascensión; a nuestro paso, marchamos entre parcelas hortofructícolas,
pobladas de atractivos cerezos y lustrosos castaños, esparciendo sus
exquisitos frutos por el suelo. Al fondo del escenario, emergen
los majestuosos paredones de la sierra y el Puerto de La Cabrilla ondeando en
la esperada cima. A cada paso, se va empinando la ancha pista, entre acogedores
prados y un vistoso bosque de robles y pinos. Mis compañeros, Oscar “Boliche” y
Jesús “Gato” marcan un buen ritmo, “esto promete ser divertido”; de todo un
poco hablamos para amenizar la marcha, también nos entretenemos con los paneles
informativos, salvamos descomunales repechos, a la vez que reconocemos los
particulares rincones, con nuestras burricletas recorridos en tantas ocasiones.
Cruzando la
espaciosa avenida, nos adentramos en el sereno callejón, repleto de robustos pinos; zigzagueamos y
ganamos altura constantemente, entre los espigados pinos resineros y la magia
del idílico sendero. Nos deleitamos por la trocha inundada de encanto y que
discurre por la angosta vereda para hacer la continua y exigente ascensión más
amena. Mientras caminamos, disfrutamos
de las vistas aéreas que nos brindan “desde arriba”, agraciadas postales
salen a nuestro encuentro en las
apacibles alturas, a la vez que “trepamos” por los pasos agrietados y “sin
disimulo” empinados. A nuestro paso, van desapareciendo la vegetación arbórea,
serpenteamos el bondadoso escenario y
nos “postramos” ante los pinos centenarios, colosales y de gran tamaño, que vamos encontrando desperdigados por las
solitarias laderas. También, nos recreamos con las vistas de los picos
conocidos, hacemos cábalas de “los
posibles caminos” que oteamos, mientras continuamos la entretenida marcha por
la senda empedrada, pero sin dejar de “cascar” ni de escalar. El amigo Óscar,
nos avisa, “no queda nada para coronar”, dos curvas y otro apretón más y
estamos en la lúcida explanada, pero nosotros no dejamos de admirar la benévola
panorámica que se extiende por el lateral y a nuestras espaldas. Después de
domar tanto desnivel y del culebreo final, llegamos a “la tablilla de la
Cabrilla”; con las armas desenvainadas, en guardia nos espera el
enfurecido Eolo, que nos zarandea y por
todas partes “nos golpea”. Hacemos las fotos de rigor y escalamos hacia “el
elevado risco” para resguardarnos del aire terrorífico y de la sensación
térmica “del frío”. En este punto, nos topamos con las mejores vistas, pero no
pasamos del balcón, por evitar “hacia el vacío un empujón”. Buscamos “un muro”
para esquivar la amenazante ventisca, nos acomodamos y la merienda “nos
trasteamos”; fruta frescas, dulces, frutos secos, refrescos y bocata de jamón, “como
marca la tradición”.
Reemprendemos
la marcha y como el tiempo no da tregua, nos abrigamos otro poco más;
serpenteamos entre el frondoso piornal sin
perder de vista “los mojones indicadores”, a la vez que cresteamos por la
marcada cuerda y de vez en cuando, aprovechamos para asomarnos al
satisfactorio abismo, y así, poder alimentar a los ávidos e insaciables sentidos; Skye (La
preciosa pastor alemán) parece que ha encontrado “pistas” y no para de rastrear; esta “cachorra” muestra maneras y
aguanta como el que más. Nos sentimos privilegiados y afortunados por estos sensatos parajes que recorremos, pero también disfruto
viendo la satisfacción y alegría de mis
compañeros; “en la montaña aprendes que eres muy pequeño, una piedrecilla que
baja o una tormenta te pueden eliminar del mapa y eso me hace relativizar mucho las
cosas y entender lo que es importante”. También arribamos en “El Puerto del
Arenal” y desde aquí, nos toca descender por la empedrada e idolatrada trocha; nos
deshacemos del temeroso y molesto airoteo y poco a poco, vamos notando “el
tímido calor” que a estas horas nos “acosa”; recordamos el uso productivo dado
en otro tiempo al vetusto camino y a nosotros, sólo nos queda disfrutar de la grandeza que nos rodea; rescatamos los agradables olores de tomillo "salsero" que impregnan la amena senda y más abajo, orientamos a otros senderistas hacia
el puerto de más arriba; más adelante, al refugio de “Las Campanas” sin muchas sorpresas, pero bastante ilusionados, arribamos; paramos unos
minutos, nos hidratamos y algunas prendas también nos quitamos y acomodamos.
Desde aquí, continuamos el rápido descenso, por el perfumado pinar “tocamos temas varios”, avistamos fuentes y pilones “todavía secos” sin rastro de agua; pero también, tenemos que hacer una parada
obligada, “para recoger castañas”. Nos afanamos "a dos manos" en la fructífera tarea, nos echamos
unas risas, inventamos artilugios varios, mientras las mochilas se van
llenando; Skye, también nos mira rara “qué estará pasando”. Después del “asalto
castañero”, nos contagiamos del sosiego y armonía que se respira por estos
lares; continuamos bajando bien
resguardados por la bondadosa arboleda y por las descomunales pendientes hormigonadas, tenemos que tirar del
freno de mano para no salir disparados. Sin más novedad, llegamos a la villa
del Arenal, con muy buenas sensaciones por la jornada montañera vivida, por la grata compañía, por los espectaculares paisajes y por volver a
disfrutar de/en la montaña.
En
definitiva, ruta circular de 22 kilómetros, con 1200 metros de desnivel
positivos y 1942 metros de altitud. Ruta, El Arenal, Puerto de La Cabrilla,
Risco de La Cabrilla, Puerto del Arenal, Senda de La Rubía, Collado de La
Centenera, camino del Puerto del Arenal.
Pd: Óscar,
gracias por tu aportación fotográfica (3)
Buen día………..SALUD.
“mil caminos por andar y
mucho tiempo perdido sin saber a dónde ir, no tengo tiempo ni
sitio….”
Muy buena Victor, a ver si repetirmos otra, para pasar otro dia bueno.
ResponderEliminarÓscar, muchas gracias....Por mi parte, pudiendo y si el tiempo lo permite, encantado de repetir.Hablamos.
ResponderEliminarBuen día.............SALUD.