Domingo
veintinueve de noviembre y se deja sentir la perceptible bajada de las tempraneras temperaturas;
así nos recibe el gélido día en
la festiva mañana. En el habitual punto de encuentro, caballeros veleños y
“agregados” gamoninos, formamos el
titular equipo, bien abrigados y hasta los ojos tapados, excepto Chema ¡¡¡qué de corto se presenta!!!; con las burricletas bien dispuestas y prestas para la “enésima”
contienda dominguera y saludos de rigor
entre los osados congregados; en esta
ocasión, no me he enterado de la jugada
(“estaba adormilado”) ni quién, la ruta
ha presentado ; pero entre todos, hemos acordado “al molino Montoya” ¡¡¡otro paseo molinero!!!
Comenzamos la fría jornada, las sombrías
calles veleñas, son fieles testigos de nuestra presencia hacia “las afueras”; por
la vía de Arenas, marchamos hacia la vasta dehesa; hacemos lo imposible
para entrar en calor y bien
agrupados, “por parejas” vamos “rajando”
de temas variados; atrás vamos dejando extensos campos sembrados, los mismos establos
y casas de labranza, todavía desde el
quinto sueño divagando. Nos resguardamos en el sereno encinar, mientras
cabalgamos sobre el vistoso aguazo y un campo helado, sobre el terreno
reposando; de frente, presenciamos la siempre espectacular carrera de los
espantados ciervos, al galope, desapareciendo entre el mar de encinas y de
fondo, el animado concierto de las bulliciosas grullas, resonando sobre
nuestras cabezas; abrimos las pertinentes porteras (en esta ocasión, se van a
quedar abiertas –son caminos públicos-), y “algún listillo”, se ha tomado la licencia
de “arar el camino” (¿os suena esta cantinela?); cruzamos el arenoso río (“por
estas fechas, otros años, agua ya suele
llevar”); cruzamos “la cañada Real” y por el camino de Talavera, arribamos en
Navalcán. Circunvalamos la desierta localidad, hacia la pista asfaltada; en el
horizonte, la cadena montañosa, presumiendo limpia y clara; algún repechillo
“sale a nuestro encuentro” y la fugaz bajada, sin darnos cuenta “nos merendamos”; pasos asilvestrados y
agrietados, entre piedra suelta, tomillos,
retamas y chaparros, para dar más emoción al descenso “resultón”; desde el
resguardado atril, el reconfortante olor
a hierba fresca, el reluciente musgo
sobre las enormes piedras y “las ninfas molineras”, abren
el adornado telón, para mostrarnos una panorámica multicolor. Nos recreamos con la
antigua construcción, el surtido torrente, también hace estos momentos más dulces
y amenos; cada cual, tiene sus minutos de rigor, para el recreo y la expansión.
En este punto, propongo a mis compañeros de fatigas, seguir el curso del río,
para “arribar en los motores” (-algo de orientación básica y sentido común- )
No se hable más, trabajamos en equipo, para pasar “las burricletas” por las
resbaladizas escaleras y pasamos a la acción; una senda bien marcada, nos marca
la correcta trazada por la insigne estampa; el río Tiétar se asoma en todo su
esplendor, hacemos algún tramo de senderismo, viejas cabañas derruidas,
pero el anónimo entorno hace las delicias de los intrépidos caballeros
(por supuesto que volveremos); resulta que estamos en una trocha de cabras,
pero por aquí, también pasamos y al próximo destino llegamos; momentos de
contemplación, fotos de rigor y para repostar, buscamos un rincón soleado.
Escalamos unos metros y de paso nos calentamos, llegamos al chozo abandonado y
“aquí paramos a picar algo”; bien comemos y nos hidratamos, comentamos sobre el territorio que nos rodea,
“hasta higueras hay”, pero de “reojo miramos a la sierra” y otros, dando ideas.
Reanudamos la marcha por el enmarañado encinar, “por aquí, al conocido camino vamos a salir”, -comentan
los amigos gamoninos-. Pues dicho y hecho, “todo lo que hemos bajado, ahora
subiremos”-de sobra sabemos este cuento-. Aplicamos “el lema escalador”, cada
cual cómo pueda y arriba esperamos; unos, se lo toman con calma, otros se
prueban y “otros miramos a las musarañas”; desde la penitencia personal, de uno en uno vamos llegando, pero todos en la
cima aguardamos. Desde aquí, atrás dejamos cuadros privilegiados y entre longevos cercados, hacia la localidad
navalqueña volamos; del laberinto de callejuelas “salimos sin hacer ruido”, hacia
el camino entretenido; marchamos bien agrupados, abrimos las porteras de
rigor de la despertada dehesa y desde la parte delantera “parece que quieren
fiesta”; en la acicalada chopera, ni rastro de las aguas vivas; con alegría
marchamos entre el espeso encinar y de refilón “el pantano” también avistamos;
de vez en cuando, el pie también levantamos “para agruparnos”; a nuestro paso,
descaradas jaras y algunos charcos en el camino ondeando; en la armonía del
alcornocal, “el pozo del arco”, a Ilde
“El Suegro” le presentamos – pero sin pararnos-
y en los establos de Villabuena, otra vez esperamos. Desde este punto,
rodamos bien hermanados, aunque a algunos compañeros las fuerzas ya le flaquean
–según nos comentan-. ¿Por qué será, que en este último tramo –subida- más de
uno ve un puerto de primera categoría? Pues lo dicho, todos juntos entramos en
la villa veleña y nos despedimos hasta la próxima contienda. “Donde haya un
árbol que plantar, plántalo tú. Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo
tú. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú. Sé tú el que aparta la
piedra del camino”.
En definitiva, ruta circular de 54
kilómetros, los caminos transitados han sido: Camino de Arenas-Parrillas-Navalcán,
Camino de la Tabla, Cañada Real Leonesa Occidental, Camino de Talavera; Camino
de Candeleda, Camino de Valcasillo, Camino Molino Montoya, Senda “Las
Máquinas”, Camino de Valcasillo-Navalcán, Camino de La Fuente Alta, Camino de
Talavera, Cañada Real, Camino de Los Veratos, Camino de Navalcán,
Parrillas-Arenas a Velada.
Pd: Martín (1), Cristobal (2), gracias por
vuestra aportación fotográfica.
Buen día…………..SALUD.
“mil caminos por andar y mucho tiempo perdido sin saber a dónde ir,
no tengo tiempo ni sitio….”