Cada
día lo tengo más claro, somos afortunados, tremendamente privilegiados de saber/poder disfrutar de los
minúsculos placeres con los que nos encontramos
en cada salida burriclista. No tiene precio, (¿o sí) sentir el frescor mañanero
a primera hora y desde cualquier cima
coronada; respirar el aire limpio que se cuela entre las ramas del pino
centenario; avistar espectaculares panorámicas –que nos dejan sin habla- desde las alturas; detener el tiempo para
recrearnos en la frondosa arboleda, disfrutar de la placentera sensación de cabalgar sobre una interminable
alfombra de pinochas; saber disfrutar del silencio y de la soledad del
momento, que cada uno de nosotros nos dedicamos a lo largo del camino; deleitarnos
con ese trago de agua reconfortante y
cristalina que nos regala el generoso
pilón; palpar las dulces y variadas
fragancias que inundan los rincones más fecundos que recorremos. Admirar las
caras de felicidad de mis compañeros,
cuando les sorprendo ensimismados en medio de la nada; las risas
sinceras, por cualquier nimiedad, broma o “dicho” que soltamos en plena faena.
No menos importante, el sentirnos seres minúsculos refugiados en la grandeza y fortaleza de la montaña y por extensión, en un indeterminado punto del infinito: “El
mundo está lleno de pequeñas alegrías, el arte consiste en saber
distinguirlas”. Estas pequeñas cosas y otras tantas, son las que generan
grandes momentos, inolvidables recuerdos, anécdotas para recordar y risas e
historias para compartir.
Comenzamos
la ruta por los caminos locales, extensas dehesas de encinas bien compactadas;
“alguna” duda porque “los achiperres digitales” no se aclaran con la etapa
grabada, “por aquí no, por allá” – Diego “Sin Miedo” nos marca. Dentro del
“track bueno”, disfrutamos de una entretenida
senda de bajada, entre arbustos, chaparras, hojarasca suelta, regueras y
el sutil aroma de la jaras. Por estos
lares adehesados, atravesamos “un
profuso campo de minas” (en vez de
rodadas) entre medias de la vacada de
campea a sus anchas; hacía tiempo, que
no teníamos ninguna conversación con “un guarda” ; ¿camino público o privado? Ya sabéis, la retahíla de siempre, además con indicaciones
y ordenanzas “para los de arriba”; Ilde
“El Suegro”, le rebate, “soy del lugar y por aquí se puede pasar”. Para no
perder tiempo, pedimos disculpas al “agente” por las posibles molestias y “aquí
no ha pasado na”. Recorremos los pasos de “La Vega” y por la estira pista bien
cuidada y delimitada, arribamos en la villa serrana de Lanzahíta.
En la localidad mencionada, resuenan tambores “de guerra”, rítmicas trompetas, alegres
dulzainas y entonadas gaitas, nos
indican el inicio de la fiesta. Nada más iniciar, sin anestesia, ni
calentar, repechos del veinte por ciento,
“nos atacan” en el punto de partida del “puerto”. A nuestro paso, por la estirada
subida, nos encontramos con parcelas frutales y nos refugiamos a la sombra de
los espigados robles y en el salón del colosal pinar; pilones bien
surtidos y cuidados, paisajes de ensueño mientras
continuamos con la escalada y las
agradables temperaturas que nos invitan ir más allá; coquetas charcas naturales
(sin duda, aquí habitan las ninfas serranas) , estratégicamente resguardas entre la frondosa arboleda. Algunas “bolerías” y
buenos momentos por el empinado camino,
para hacer más amena la marcha y “relajarnos” por el mítico puerto. En plena
ascensión, paramos unos minutos para repostar, reponer fuerzas, echar un
vistazo por los balcones colgados, contemplar la bella estampa y de paso, echarnos unas risas.
Reemprendemos la marcha, “sin terminar de hacer la digestión”, grandiosas y superlativas vistas a media ladera; Gabriel “Machaque”, se lo pasa en grande y delira con su grito de guerra, “TULÉ, TULÉ, TULÉ, TULÉ…AINS”, mientras los demás invitados –que no conocen al susodicho- se preguntan ¿a éste qué le pasa? Es muy largo de explicar, les comentamos. En pleno desvarío montañero, nos encaramamos por “la pista del parapente”, paisajes limpios y transparentes hacen las delicias de los congregados, hasta que llegamos a la terrible pantalla “por el fuego aniquilada”; se nos cae el alma al suelo, ante nosotros, la terrorífica visión, un cementerio de pinos, fulminados por intereses varios; “terrorismo ecológico” es el veredicto final y denunciamos. Desde este punto, la fugaz y efímera bajada, bien marcada y bastante larga, nos acomoda en el tupido pinar, para quitarnos el mal sabor de boca “por la zona abrasada”; pista llana y rápida, más expuestos al sol –aunque la jornada no es muy calurosa- , dejamos atrás las majestuosas postales montañeras, para “montarnos” en un continuo sube-baja; atravesamos las aldeas “desiertas” de la zona y rellenamos las botijas “por si acaso”. Atrás dejamos Buenaventura, a estas horas, “con la que traemos” y aunque cogemos la vía más directa, todavía tenemos que bregar con algunos tramos de subida, que ya van haciendo mella por la kilometrada que vamos “sumando”. Cogemos el camino tradicional, perdido por su falta de uso, tenemos “amago de capea” (vaquillas de plaza, que salen en dirección contraria a la que llevamos) y de paso, salvar la pertinente alambrada (estamos acostumbrados, para no variar) antes de entrar victoriosos por el arco de meta de Montesclaros. Para celebrar dicho éxito, nos congregamos en “el bar de la piscina”; pinchos para recuperar fuerzas y zumo de cerveza helada para reponer líquidos y brindar por la triunfante etapa. “La cultura verdadera nace con la naturaleza, es simple, humilde y pura”. Hasta la próxima.
En definitiva, ruta circular de 74 kms (1300 m. + aprox) . Los caminos transitados han sido: Camino de Hontanares, Camino Vereda Alta (Casa Gata), Camino Buenaventura, Vega del Tiétar, Camino del Río-Lanzahita, Camino de la Presa, Camino San Juán , GR 180, Las Parizuelas, El Ronoillo, Puerto Pedro Bernardo, Las Gamelteras, Pista de los Saltaderos, Majada de Carnicero, El Roblazo-Gavilanes- Camino de Sartajada-Buenaventura- Montesclaros.
Buen
día…….SALUD.
“….mil
caminos por andar y mucho tiempo perdido sin saber a dónde ir, no tengo tiempo
ni sitio…..”