Sábado, doce de septiembre es la fecha señalada para abordar una de las rutas más exigente, dificultosa, pero a la vez, de más belleza de la Sierra de Gredos; estamos hablando, de conquistar La Canal Reseca, la grieta que nos abrirá paso por “la puerta trasera del galayar”. La Mira y el puerto El Peón, serán los invitados secundarios, para completar la fiesta montañera.
Partimos desde “la miniplataforma” de
Mingo Fernando, por encima de la localidad del Hornillo (Ávila), pasando la charca
de “La Francisca”. La ruta está perfectamente marcada, sólo tenemos que seguir
el cartel que nos indica la dirección de “Canal Seca”. El camino, senda, trocha, está bien marcado con hitos, y en un principio, pasa en varias ocasiones por el
río Cantos. En el cruce señalizado, el poste informativo nos indica el Camino
de los Guisanderos y al Puesto Pío, ésta es la dirección que llevaremos
cruzando el reseco regato. Continuamos por el lado derecho del Arroyo Vertiente
del Pinarejo, siguiendo los hitos. Al dejar el pinar, comenzamos a divisar el
Espaldar de los Galayos, La Mira y toda la cuerda hasta el Puerto del Peón, por
dónde volveremos. Siguiendo los mojones caseros, pasamos por las casas de
piedra de los pastores y continuamos nuestro camino, dejando el cauce del río a
nuestra izquierda, hasta llegar a la unión de las dos canales. Tenemos que
descender hasta la base de la Canal Reseca (está bien marcada, en esta ocasión,
nosotros optamos por la parte menos benévola). Desde este punto, tenemos que
subir por el lado izquierdo, señalado con hitos y virar un poco más arriba
hacia el lado derecho. Dicha canal no tiene pérdida, “todo rectos para arriba”,
casi al final, se va abriendo, dejando expuestas por la parte trasera, todas
las agujas de los Galayos. Siempre, tenemos que seguir por el lado derecho hasta
llegar a la cuerda del Espaldar de los Galayos, para avistar El Gran Galayo, El Torreón y la Aguja
Negra. Después de recrearnos con las impresionantes vistas, continuamos por la
veta blanca (cuarzo) de la Trocha Palomo, cruzar una pequeña canal que nos
subirá a la portilla y desde aquí, continuaremos -siguiendo los hitos- a media
ladera hasta la Pradera de Los Pelaos, subiremos a La Mira (2343 m) y
volveremos por el cordal, para disfrutar
de ambas vertientes de la Sierra de Gredos hasta el Puerto del Peón y la bajada
hasta Mingo Fernando.
Comenzamos nuestra aventura, todavía de
noche, intuimos la magia del adormilado pinar, escuchando los susurros del arroyo y entre dos luces, nos pillan desprevenidos los melódicos
trinos de los madrugadores pajarillos, la banda sonora de las primeras horas
del día. Desde el inicio, apreciamos la repentina subida entre la tupida
arboleda; mis compañeros de fatiga, llevan la mosca detrás de la oreja, saben
que hoy no es una jornada cualquiera, cuando las primeras luces de la jornada dejan
al descubierto el descomunal pedregal. ¿Cómo redactar sin exagerar? Como diría
el amigo Alberto, ni fotos, ni cuentos, “en directo hay que verlo” (disfrutarlo
vs sufrirlo). Elijo la parte trasera, pero alternando la delantera (doble
“calentón”), para captar mejor, los agresivos desniveles con los que nos
tendremos que enfrentar: “Hay un libro abierto siempre para todos los ojos: la
naturaleza”. En plena escalada, invito a mis compañeros a echar la vista para
atrás, disfrutar de “la colosal catedral”; un rincón cargado de misticismo, un
templo sagrado y a la vez pagano, para comulgar con la naturaleza más salvaje y
provocadora; nos sentimos como cuatro motas insignificantes en medio del
infinito canchal, bregando con los gigantescos torreones alados de piedra y las imponentes
columnas en la espectacular grieta del combativo peñascal. Sufrimos y a la vez
disfrutamos, “cuando llegamos a los cortaeros”, suspiramos y admiramos en pleno
rendimiento y a cada paso que damos, (4,5 kms en dos horas y media, dan una
idea de “por dónde nos paseamos”) las compasivas deidades de las alturas, se
apiadan de nosotros, nos protegen y nos
cuidan durante la grandiosa ascensión. No hablamos de “un camino de rosas”,
pero tanto esfuerzo, el sudor a
borbotones e “ir al límite”, merecen la pena en este duelo montañero. Los
superlativos adjetivos, los comentarios de colores y las caras de la indómita
expedición -que hablan por sí solas- son
el mejor regalo en la rigurosa y grandiosa jornada. Nos quitamos las gafas,
para disfrutar mejor de la exuberante y “caótica” panorámica montañera; nos
quedamos ojipláticos ante el infinito encanto sin parangón, por momentos
perdemos el habla, somos capaces de detener el tiempo y sólo nos queda, contemplar y admirar la perceptible divinidad
que se extiende ante nuestra minúscula presencia: “Si la montaña que subes,
parece cada vez más imponente es que la cima está cada vez más cerca”; con
respeto y admiración, casi sin palabras, profanamos el excelso templo divino, nos
recreamos con las genuinas vistas que nos rodean y superan, mientras
alimentamos los sentidos, cogemos aire y nos recuperamos del “susto” de la
sobresaliente subida. En nuestro
divagar, levitamos, embriagados por tanta gratitud y belleza, danzamos con el
transparente aire, mimetizados entre las titánicas piedras, haciéndonos diminutos
en medio del eterno paraíso empedrado; no damos a vasto a disfrutar tanto,
andando de aquí para allá, trepando otra vez más, perdiendo la mirada hacia el
más allá, contemplando otras cumbres conocidas, plantados y anonadados en mitad
de la nada, queremos inmortalizar y guardar los mejores momentos, pero está
claro, hay que vivirlos y sentirlos: “La humildad consiste en callar nuestras
virtudes y permitirle a los demás descubrirlas”.
Después de escapar del sinuoso laberinto
empedrado, continuamos planeando por las bondadosas alturas, atravesando la
verdosa pradera, conquistando otras insignes cimas, disfrutando de la completa infinidad -en todas las direcciones- que somos capaces de captar. Volamos por el
cómodo cordal, nos recreamos con las genuinas vistas que nos brindan las dos
vertientes, los espectaculares paisajes que nos acompañan, apreciando la
claridad de la mañana y los suspiros del aire cristalino que a raudales nos
llega. A nuestro paso, saludamos a otros montañeros, las nobles rapaces,
dominando el azulado firmamento, presumen de su elegante vuelo y también,
avistamos “un nío de machos cabríos” que nos entretienen, por el espectáculo
gratuito que nos ofrecen. De vez en cuando, nos detenemos, para comentar el
corral cerrado, por dónde hemos pasado, reconociendo y señalando “la canal” que
hemos escalado, “hace unos días creíamos
que era una broma” “un imposible……”, “ahora, ya sabemos que se puede subir por
ahí”, mientras contemplamos la gigantescas y multiformes piedras, empachados de
tanta visión y atención, nos perdemos
por el pateado sendero; animados y contentos, agradecemos los sombrajos del
amable pinar, mientras los exclusivos aromas de la montaña, nos van abriendo el paso
y nos guían hasta nuestro punto de partida. “Permite que las montañas te hablen sobre
la belleza, que te enseñen el camino de la tranquilidad, cada día te muestren sus lecciones
sobre la prudencia y la paciencia y en sus vaivenes, te dramatice cuentos sobre su humildad.”
Hasta la próxima.
En definitiva, ruta circular de 18
kilómetros (2343 m de altitud y 1400 m.
aprox. de desnivel +). Domingo Fernando, Canal Reseca, La Mira, Puerto El Peón,
Domingo Fernando.
Pd: Óscar, muchas gracias por la
aportación fotográfica (4).
Buen día…………….SALUD.
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