Domingo,
cinco de junio y nos pronostican altas
temperaturas. Nueve caballeros veleños acudimos al habitual punto de
encuentro y otros tantos engalonados, a
eventos solidarios han marchado. Con las burricletas bien dispuestas – o al
menos eso creemos- el tema del itinerario no está nada claro. Unos por aquí,
otros por allá, al final, Ángel “El Guerrero” nos propone “por los bosques del
marquesado”.
Comenzamos la jornada por la despejada
avenida; Roberto “El Bueno” (El Marqués de Valdecolmenares) tiene recortado el
horario y prefiere quedarse por los cerros andorreando, “por si acaso”. Los
demás, circunvalamos la tranquila villa, dirección hacia el anchuroso terralgo; bien agrupados
marchamos y en modo “distendido”, de todo un poco vamos “cascando”. Salvamos
los primeros arenales y el amigo Ángel,
nos invita a “tantear” uno de los antiguos caminos (de uso público) que ha sido
expoliado y está “bien olvidado”. La primera, portera con candado y la vía
pública, perdida entre alcornoques y arada; cabalgamos por el complicado arenal y
unas cuantas liebres “echamos al morral” algunos repiten, no les ha tenido que
ir tan mal; a nuestro paso, la hierba mojada, nos refresca “las patas” y
algunos compañeros nos avisan “¿posibles garrapatas?”; hacemos el camino
imaginario, entre helechos, hierbas altas, saltando alambreras y cruzando el
río, unas veces montados y otras, con
los zapatos de la mano; Ilde “El Suegro”, lo salva sin pensarlo, levantando el
agua por encima “de su intrépida montura”, pero más de uno “los pinreles lleva
calados”. Eso sí, la estampa es digna de
admirar, recargada de encanto y tranquilidad, por lo tanto, este camino “hay
que reclamar” (Camino de Velada a La Aldea de Arango). Abandonamos la sinuosa pista
y nos adentramos en parajes adehesados; a nuestro paso, abundantes pastos y cosechas bien cuidadas engalanando
al pletórico encinar; por estos lares, el amigo Ilde, nos tiene que abandonar, “muy
a su pesar”. El callejón encinado “pica hacia arriba”, por pasos renovados, bien marcados y más adelante, quebrados y “algo desviado”, también “nos
ponen” piedras sueltas, para hacer más
amena la miniescalada y un mosaico de colores, engalanando este tramo más
olvidado. A nuestro paso, vamos recogiendo los pequeños detalles que salen a
buscarnos; el perceptible halo que
envuelve los terrenos del marquesado, rapaces custodiando el despejado cielo,
derruidas labranzas entre las encinas, camufladas, “el forzado cortejo” del impaciente astado, y
la inocente revuelta de la espantada vacada. Desde el camino parrillano hacemos
la victoriosa entrada en la aldea de Montesclaros; paramos a repostar
en la serena plaza, compartimos viandas y nos refrescamos, durante estos minutos de entretenida “charla”. Nos ponemos
en contacto con el compañero adelantado y nos confirma que en la vuelta “no nos
puede acompañar”.
Reemprendemos la jornada, ¿la vuelta? por
el camino de la reconocida aldea; comentamos sobre la próxima equipación y “el
escudo real” que la va a abanderar; abrimos porteras y nos colamos en la lujosa senda asilvestrada e inmortalizamos momentos coloridos que nos
regala la digna panorámica; salvamos algunos charcos y tramos embarrados, desde la idílica postal nos
ausentamos hacia el más allá, con el frescor del arroyo florido y también “buscando
el mejor paso” remontamos el torrente empedrado. Nos dejamos llevar a través del silenciado encinar, volvemos a saludar al
amable guarda, mientras “unos cuantos buitres” planean sobre nuestras cabezas y
las reses tendidas, ignoran nuestro cabalgar. Arribamos en La Aldea del
marquesado y por “orden real”, Fernando “El Grande” “nos obliga a posar” e inmortalizamos este momento, contra el muro
del corral. En este punto, no lo vemos claro, unos por aquí, otros por allá (“por
eso de alargar”); al final, decidimos ir todos juntos por “la dehesa feudal”. Nos
recreamos por el descenso rasgado, es todo un privilegio para los expectantes sentidos, recorrer estos nobles parajes, sellados con rúbricas medievales; aligeramos la marcha por el cuidado camino, avistamos
obras rústicas, campos tupidos de cereales y pastos que aletargan nuestro divagar desde el reconfortante encinar.También, cruzamos “el
famoso Nadinos”, la burricleta de Domingo “El Maca” se espanta y el insigne caballero, “se zambulle a carpa y se cala hasta las
espaldas”, sin consecuencias y “el móvil tampoco ha tragado agua”; como en la vida misma, "lo que ahoga a una persona no es caerse al río, sino mantenerse sumergido en él". Atrás
dejamos la quietud y el embrujo del
Toril y hacemos un tramo de carretera, ya que el camino público está sin
acondicionar (¿por interés o temeridad?) y tiene cerradas sus porteras. Desde la
parcela del Baldío, “nos montamos” en la
infinita recta, avistando “el molino de vientos” e intuyendo la resguardada
presa; rodamos con alegría y Alberto “El Maestro Ceramista” nos invita a apretar
por “la subida tendida”. Sin novedad, nos vamos encaramando, esperamos y nos
agrupamos, para entrar hermanados en la condecorada villa.
En
definitiva, ruta circular de 44 kilómetros, los principales caminos transitados
han sido: Camino del Torilejo; Camino de Velada a La Aldea de Arango; Camino de
Parrillas a Montesclaros. Camino de Montesclaros a La Aldea de Arango, N-502,
Camino del Torilejo a Velada.
Pd: Fernando,
Ángel, gracias por vuestra aportación fotográfica (7)
Buen día……………..SALUD.
“mil caminos por andar y mucho tiempo perdido sin saber a dónde
ir, no tengo tiempo ni sitio….”
No hay comentarios:
Publicar un comentario