Domingo, dieciséis de septiembre, con
marcadas sonrisas y entusiasmo
manifiesto nos desplazamos hasta Playas Blancas, para realizar la enésima etapa de alta montaña
de la temporada. Seis caballeros veleños nos apuntamos para tal evento; comento a mis compañeros, que “será una etapa diferente” cargada de
encanto y bastante exigente. En la parrilla de salida, descargamos las
burricletas, preparamos los achiperres, nos abrochamos los trajes de faena y nos echamos al monte, a
ver qué nos depara la jornada montañera.
Iniciamos la jornada, imbuidos por el frescor de la mañana y paladeando la macedonia de apetecibles olores y
agradables sensaciones que se desprenden
del inmenso pinar recién regado; cabalgamos por la pista adecentada y bien
compactada por las recientes lluvias
caídas, quizás la noche pasada. Entre
amenas conversaciones, nos recreamos con la excesiva pulcritud y transparencia que se asoma por la
tupida arboleda, mientras nos embobamos admirando tanta grandeza. Eso sí, desde
que salimos no paramos de subir y subir, bien agazapados en el bosque
encantado; Francis “Sevilla” que no está acostumbrado a rutas de altos
vuelos, se da cuenta de “la calidad del
cuento” y le avisamos que reserve “que la fiesta, todavía no ha empezado”. Disimuladamente –o no- vamos tomando altura, entre enormes castaños, espigados robles y
un paraíso de árboles frutales que nos
muestran la variedad y riqueza del grandioso paisaje. A Santa Cruz entramos
“por la puerta trasera”, después de
merendarnos la empinada cuesta, “casi el 20% de desnivel” los compañeros nos
comentan –nos hemos abonado a la veintena- ; recorremos las angostas
callejuelas de la villa y cuando giramos
a la derecha, algunos vecinos “nos avisan, que nos espera
una buena”. Pues eso, dirección
“el depósito”, nos enfrentamos con las colosales rampas, encajonadas en la
boscosa arboleda, que con sus fuertes
pendientes nos amenazan y con fiereza nos atacan, pero no nos amedrantan; después de mucho
bregar y luchar, con éxito salvamos el
primer escollo, que nos calienta y
también sin habla nos deja. De uno en uno,
vamos saliendo al camino más cómodo y llevadero, aunque, sin apearnos del tendido y benévolo puerto; disfrutamos por estos lares, de la
frondosidad del acogedor pinar, los generosos pilones que vamos encontrando, la
serena majada y la inmensa tranquilidad
que se respira en cada pedalada que vamos dando. Bien agrupados cabalgamos, en
armonía por el recóndito rincón de todo un poco vamos hablando y por supuesto,
también comentamos sobre lo que llevamos y el resto del itinerario.
Sin darnos cuenta, coronamos el primer
puerto, descendemos unos metros, para continuar ascendiendo; “TU-TU-TU-TU”
resuenan las trompetas con “sonidos de guerra”, esto es “territorio comanche” y
seguimos la contienda con las aguerridas cuestas; cambiamos de escenario y
ahora, ante nosotros se nos abre un espectacular paisaje a media ladera;
mágicas vistas aéreas de altos picos y puertos míticos, auténticos parajes de
sierra salvaje, que nos quitan el hipo. Esperamos
y nos agrupamos, tantas veces como sea necesario. Somos seis motas de polvo, agua o suspiros de aire, o lo que queráis,
pero ínfimos, insignificantes, levitando en medio de la nada, pero con respeto y
admiración, retando a la colosal montaña: “¿Qué sería de la vida si no
tuviéramos el valor de intentar algo nuevo?” “No crecemos cuando las cosas son
fáciles. Crecemos cuando nos enfrentamos a retos nuevos”. Después de “pelearnos” con otro surtido de pendientes y embriagados por la
descomunal belleza, nos enfrentamos “a la peraltada cuesta”; El Lagarejo nos
llama y recibe con las puertas abiertas.
Hay intentos múltiples de subir encaramados
sobre nuestras monturas, pero nada, nos
toca “portear las burricletas” hasta coronar la inexpugnable y monumental
cumbre. En nuestra escarpada hazaña, nos tiran los gemelos, se nos cargan las
piernas, pero no perdemos ni el buen humor ni las ganas de conquistar la cima
más laureada del lugar. Martín “El Fiero” habla hasta con las vacas, se están
riendo de nosotros, “pensarán que estamos locos”. El amigo Gabriel “Machaque”,
corona en primer lugar el Olimpo de “los elegidos”; los demás, también vamos llegando al punto
señalado, al balcón encumbrado: “No conquistamos montañas, ni cumbres. Nos
conquistamos a nosotros mismos”. Unos
minutos para reponer fuerzas, hidratarnos y nos recreamos con las monumentales
vistas, adorando la panorámica que nos acoge y que nos muestra su cara más bárbara y noble.
Continuamos la marcha, cerrando el
corral y ensanchando “nuestra querida
sierra”, por la intrépida bajada, encaramados en un descenso técnico y de
piedras repleto; lo mejor de todo, la quietud y el silencio que lo “impregna y
anega todo”. Entre tanto furor y
emoción, el amigo Francis “Sevilla” nos pega el alto por “un reventón”; situación
normal, es lo mínimo que nos puede pasar por el recargado pedregal. De refilón,
pasamos por la localidad de Serranillos y una vez más, -con lo que llevamos en
las piernas- nos toca escalar; el tercer puerto del día tenemos que afrontar.
Nos acogemos al conocido lema, “cada
cual como pueda o le permitan sus fuerzas”; lo dicho, comenzamos al tran-tran, expectantes
con las sonoras chorreras y las cunetas
de agua, repletas; sobre la marcha
hacemos fotografías y en “la fuente de los gandules” paramos a refrescarnos y rellenar las botijas. Desde este punto,
alegramos la marcha; Alberto “El Maestro Ceramista” y Diego “Sin Miedo” , “parece
que se quieren probar”, juegan en otra liga y con más arrojo y fuerza se
exhiben “volando parriba”. Espectaculares y genuinas vistas nos ofrece la
tendida subida, además de exigencia, constancia y tesón para trepar al siguiente
escalón; “la manera más clara de llegar al universo es a través de un bosque
salvaje”. Después de contar las curvas, nos retorcernos en las dóciles
pendientes y no perdemos de vista las imponentes
postales que inundan el generoso valle; tesón y sacrificio en el sexteto veleño
y de uno en uno, vamos arribando en el mítico puerto; una vez más, esperamos y nos agrupamos hasta
que todos llegamos. Hecho el zafarrancho de puertos, nos toca el largo y
confortable descenso y con el aire atizando “un poco” de cara, “nos tiramos como si no hubiera un
mañana”; planeamos por la afortunada sierra, entre el plácido pinar y un paisaje
lunar, que de gozo nos hace delirar;
ensimismados, cada cual a lo suyo, “liderando su mundo”, recogemos el aire límpido y cristalino que
rezuma del asfaltado camino; con nuestra fugaz presencia, aplaudimos y hacemos un homenaje al mágico
encanto del “Barranco” y sin más novedad, -pero a destajo- llegamos al punto de
partida. Todo un placer, el ver las
caras de felicidad y satisfacción de mis compañeros, por la ruta realizada, por
los rincones visitados, por el hechizo y atracción de la montaña y por la épica
conseguida: “Si el camino es duro y difícil, es porque al lugar que te diriges,
vale la pena”. Hasta la próxima.
En definitiva, ruta circular de 65
kms, los caminos transitados han sido: Camino del Amoclón, Camino de Los Pozos,
Las Gargantillas, Camino del Depósito (Lanzahíta GR 180), Techo del Mundo,
Puerto de Pedro Bernardo, Camino de “Las Vaquerizas”, Puerto del Lagarejo,
Serranillos- Puerto de Serranillos-San Esteban del Valle-Santa Cruz del
Valle-Playas Blancas.
Pd: Diego, muchas gracias por tu
aportación fotográfica (4)
Buen día………….SALUD.
“….mil caminos por andar y mucho
tiempo perdido sin saber a dónde ir, no tengo tiempo ni sitio….”
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