Sábado, quince de agosto, hoy nuestra ruta montañera parte del Barranco del Nogal (Guisando), localizado a 1110 metros de altitud. Comenzamos la jornada siguiendo el itinerario de la ruta marcada (PR-AV 43), “El Carril de los Galayos”; al principio, la senda adentramos en un tramo arbolado, el agradable y reconfortante pinar nos va abriendo paso, mientras nos encaramamos a los lomos de la aparente senda y emprendemos la exigente ascensión (7,5 kilómetros) por la prolongada trocha. A cada paso que damos, vamos cogiendo altura, cada piedra que pisamos nos va elevando, según vamos avanzando el mapa se va empinando y el fuerte ascenso cada vez se hace más evidente e intenso. A nuestro paso, las fuentes del Amanecer y El Tío Macario, todavía es pronto para abrevar o recargar, por lo que pasamos de largo ; las espectaculares chorreras que alberga el río Pelayo a nuestra izquierda y los gigantescos muros de piedra que conforman el idílico paraje del Galayar se van adueñando de la vistosa postal montañera. Nos adentramos por la opción de “las zetas”, más “cómoda y llevadera”, continuamos arrastrando piedras por el prolijo canchal, mientras vamos sumando metros de desnivel y ganando altura, envueltos en sobresalientes fotogramas y frescas temperaras. Después de salvar algunos tramos menos favorables, conquistamos “El Refugio Víctory”; unos minutos de parada, para hidratarnos y “picar algo”, recrearnos con las encomiables vistas que nos ofrece el afilado cuchillar y sus “calles colindantes”. Ahora, tenemos que afrontar “el riguroso repecho”, campo a través, de piedra y tierra rodada, para hacer más épica la eficiente subida, siguiendo los hitos, atravesando jardines de closales pedruscos, genuinas vistas con caída libre incluidas. Cuando salimos a la pradera de “Los Pelaos”, viramos a nuestra izquierda por la anchurosa alfombra empedrada, para encaramarnos en la cumbre pactada: La Mira ( 2344 metros de altitud). En este punto, nos hidratamos y comemos para reponer fuerzas, nos recreamos con las vistas que se nos ofrece en todas las direcciones: El pico Almanzor, el techo de Gredos, La Galana, El Morezón, Cabeza Nevada; Los Pantanos del Rosarito y Navalcán y la interminable llanura manchega, sin perder de vista, el digno marco donde están encuadrado los Galayos, El Peón y El Mediodía, también se dejan ver en la dirección contraria, espectacular vista a 360º, sólo apta para privilegiados. La vuelta, la hacemos por la misma vía; fuimos testigos de un rescate montañero (accidente escalada) -toda prudencia es poca- también presenciamos y escuchamos un concierto de violines a los pies del imponente “cuchillar”. Para volver, todavía el calor no aprieta, eso sí, “los galgos runners” marcando el ritmo, para hacer más ágil y “corto” el dificultoso camino.
Otra noche más, antes de afrontar “ un
evento destacable”, la historia se vuelve a repetir; llamadas para ultimar
detalles, preparativos, asistencia y cosas varias. Otro día más, y a la hora de
dormir, vueltas y más vueltas, cuento ovejas y no sé cuántos pastores, noche
casi “en vela”, sueño a sobresaltos y digo yo, que antes de levantarme algo
habré dormido, eso sí, “no hace falta la alarma” y estoy en pie, antes de
tiempo.
Después de tantos años, bastantes “batallas libradas”, ¿ a qué se deberán estos
sobresaltos? Será la ilusión, la motivación, las ganas de visitar -otra vez
más- el acogedor refugio y cobijo que
nos brinda la montaña. No sé, el caso, que es una sensación agradable, a la vez,
que no somos -les pasa a más de uno- capaces de conciliar el sueño, estamos
deseando comenzar dichos eventos. El vicio de atravesar pinares, de avistar
altas cumbres, la adrenalina del esfuerzo y “compartir batallitas” con los/as
compañeros/as de viaje. Es altamente adictivo el frescor de la montaña, las
agradables sensaciones de bienestar que respiramos por estos lares, las
espectaculares vistas desde distintas perspectivas, alturas y puntos
estratégicos, ¿por qué será, que no
podemos conciliar el sueño la noche antes de cualquier aventura? Tal vez, por degustar
los inconfundibles olores que rescatamos en distintos rincones, la etérea
belleza que envuelve a los paisajes montañosos, caminar y saltar por
dificultosos pasos empedrados, las breves pausas que hacemos, para deleitarnos con
los pequeños detalles que nos rodean y que se nos brindan desde las alturas. Es
mucho más que andar, más que un mero artificio en tiempos de aparenteo y
postureo: “Quién no disponte de tiempo para disfrutar de lo que tiene, padece
la más absurda de las pobrezas”. La llamada de la montaña es mucho más fuerte
que cualquier excusa, su sinceridad es abismal, su indescifrable poder no se
puede cuantificar , la emoción y el
deleite están asegurados, el contacto con la naturaleza salvaje es otro ingrediente
más, para sentirnos como tal, en perfecta armonía y comunión con los
privilegiados santuarios: “En el universo no hay caos sin un orden que se
manifiesta en bondad y belleza en una precisa relación a la verdad”. Todavía, somos capaces de disfrutar del estrepitoso
silencio, de la palpable tranquilidad que rezuma de cada piedra descolocada por
las genuinas alturas, del espacio atemporal que vive reposando por estos
místicos lugares; no tiene precio, echar un trago de las múltiples fuentes,
pilones, gargantas, manantiales de aguas frescas y cristalinas que nos
encontramos en cualquiera de nuestras rutas, el “encaramarnos” a cualquier,
pico, punto geodésico, difícil de explicar, hay que estar allí, vivirlo, sentir
y disfrutar dichas sensaciones multicolor. Todavía me pregunto, ¿por qué no
puedo dormir -bien- la noche antes de visitar estos “templos naturales”? Seguiremos
planificando y organizando este tipo de retos, a ver cuándo y dónde podemos
encontrar la respuesta adecuada. “Una vez que el virus de la montaña te pica,
no hay antídoto posible, y sé que estaré felizmente contagiado el resto de mis
días…” Hasta la próxima.
Pd: Andrés, muchas gracias por tu aportación
fotográfica (2).
Buen día……….SALUD.
“…..mil caminos por andar y mucho tiempo
perdido sin saber a dónde ir, no tengo tiempo ni sitio….”.
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