martes, 11 de julio de 2017

Ruta: Circular a las Cuevas del Águila

Domingo, nueve de Julio, en nuestro habitual punto de encuentro nos damos cita  catorce caballeros entre gamoninos y veleños; con las burricletas  bien dispuestas, aunque tengamos que  hacer  algunos  ajustes mecánicos de última hora, antes de la inminente partida;  en el libro de ruta, aparece ya  marcada una de las  clásicas: la circular de Las Cuevas del Águila.

Comenzamos la jornada atravesando las despejadas y céntricas  callejuelas de la villa; a estas horas tempraneras, ni un alma se  asoma a la puerta; dirección Arenas y  cuesta abajo,  nos lanzamos al colosal terralgo del Baldío, cruzamos los huertos y por el territorio de Trujillano, de manera relajada  cabalgamos. Plácidamente  nos adentramos en la desperezada y serena  dehesa, abrimos las correspondientes porteras y por el camino poco transitado,  avistamos una pareja de lustrosos jabatos, todo un espectáculo su presencia y la desconfiada carrera; más adelante, nos aguarda el arenoso río, “parece que por aquí el agua ni ha corrido”;  varios son los intentos,  pero,  sólo  Roberto “El Bueno” con su flamante “todoterreno” lo atraviesa sin poner el pie en el suelo. Nos dejamos llevar por el lujoso encinar, intercambiamos opiniones, amenas conversaciones  y hacemos más fotografías antes de salir a la anchurosa vía; en este punto, El Gran Maestre lidera la cuadrilla y  entre vítores y aplausos también atravesamos la villa de Parrillas. Tres compañeros de fatiga (El Maestro, Nico y Blázquez) hasta aquí nos acompañan, deciden la ruta acortar y otros caminos investigar; los demás, comenzamos la tendida ascensión por la antigua pista; Ángel “El Guerrero” se deja fotografiar sin impedimentos, pero me avisa que vaya con cuidado y no me suelte de manos; salvamos tramos variopintos, los quebrados y con surcos a ambos lados, son los más técnicos y destacados, escondidos entre retamas, chaparras  y brotes de  jaras que vuelven a renacer con fuerza, después de los violentos  incendios que abrasaron sin piedad este recóndito rincón. Por el continuo sube y baja nos divertimos y en el cruce de los pinos, otra pareja de compañeros abandona la expedición,  se despiden y toman otro camino; los demás, nos colamos en  la idílica estación, rescatamos agradables olores del pinar, retozamos en el aire fresco y limpio que fluye a nuestro paso, a la vez que  jugamos a ser equilibristas por la maltrecha  vereda, mientras decoramos de piropos y alabanzas a la asilvestrada senda. También tenemos unos minutos de “descanso” para dar aire a una burricleta, pero resulta que era un pinchazo; no hay problemas, con tanto manitas y apaños, en unos minutos, arreglo y asunto “solucionao”; continuamos por el  empinado descenso, extremando las precauciones y con la cabeza fría y bien puesta  por la desgarrada cuesta que nos guía hacia las profundidades de la sierra; allá abajo tenemos el río, escuchamos risas y algarabías, ¿qué habrá liado esta pandilla? Cruzamos el agitado torrente, de piedras sembrado; unos, nos mojamos los pinreles, otros se salpican las patas y alguno, aprovecha y  “un pez gato”  echa a la saca. Entre risas y bromas que soporta el  damnificado, “creo que este chapuzón nos vendría mejor por los repechos que nos aguardan en el camino de  vuelta” a mis compañeros les comento; después de los divertidos momentos, atrás dejamos las cuevas, cogemos el camino de la espesa chopera y por la vía asfaltada, sin sobresaltos  y disfrutando de las vistas montañeras, arribamos en Ramacastañas. Aquí, paramos unos minutos a repostar e hidratarnos a la sombra del viejo pilón; compartimos viandas y entretenidos momentos, para digerir mejor los dulces alimentos.





























































Reemprendemos la marcha, dirección hacia la gran cañada; rodamos con alegría por la anchurosa vía, cuando recibimos otro aviso de avería; “Ángel que ha vuelto a pinchar”, nos ponemos a trabajar en equipo, unos montan, otros desmontan, también parcheamos –por si acaso-  y al final la cámara hay que cambiar, “arreglo exprés” y a rodar otra vez; por la rápida vía, nos columpiamos del puente que acompaña al río Tiétar, antes de adentrarnos en los parajes de Navalahierba. El compañero Ángel, un componente gamón, no se encuentra dispuesto y en este punto,  hace una llamada a la familia para que le recojan y la etapa da por concluida.  Desde aquí, tenemos “un puerto de tercera”,  bien resguardado entre una maraña de chaparras y  el discontinuo tobogán, generosamente regados y perfumados con las pintorescas jaras que inundan estas parcelas cerreras; Martín “El Fiero” y Diego “Sin Miedo” mandan en la primera línea y Cristóbal “El Nazareno” también se destaca, tienen ganas de marcha y se prueban por la amenizada calleja arbolada hasta “la cima de la cuerda”. Esperamos y nos agrupamos, escalamos el último paso  y al inicio de la bajada, nos acompaña un rebaño de ovejas que ni se enteran  de nuestra sigilosa presencia, si no fuera porque Ilde “El Suegro”, ¡¡¡TULÉ, TULÉ, TULÉ!!! las carea; sobrevolamos parajes reales, algunos compañeros, desafiando a la velocidad, otros, viendo el espectáculo desde la grada de  atrás; después de recrearnos –y apretar-  por el tramo asfaltado, volvemos a entrar en el pueblo parrillano, que nos vuelven a recibir con voces y aplausos. Sin más novedad, el camino veleño tomamos, nos embarramos en algún charco, disimuladamente colocado; cruzamos el reseco río sin sobresaltos, abrimos las porteras correspondientes y por la dehesa de la  Aliseda, nos ponemos “en versión alerta”, por si oteamos “alguna pieza”. Regresamos a la labranza de Trujillano y  bien agrupados rodamos por el estirado llano; más adelante, pasados los longevos alcornoques,  algunos caballeros “se pegan otro apretón” y se despegan del reducido pelotón; los demás, nos quedamos custodiando la retaguardia, cuando  el calor empieza a atizar y las fuerzas a “fallar”; cabalgamos sin tensión, pero sin “parar”, ni dejar de mirar hacia atrás; de uno en uno subimos el último tramo, mientras los adelantados, vuelven para abajo; después de bregar con “el repecho criminal”, nos  volvemos a agrupar, para entrar hermanados en la villa señorial: “Pensar que no eres mejor que nadie, ya te hace mejor que muchos”.  Hasta la próxima.













































En resumen, ruta circular de 65 kilómetros, los principales caminos transitados han sido: Camino de Velada-Arenas-Parrillas-Navalcán; Camino de La Tabla, Cañada Real Leonesa Occidental; Camino de Velada a Parrillas- Camino Viejo de Arenas de San Pedro-Camino de Ramacastañas. Cañada Real Leonesa Occidental, Camino La Parreña, Camino Real de Arenas de San Pedro a Parrillas-Navalcán-Arenas-Velada.


Pd: Roberto, Cristóbal, gracias por vuestra aportación fotográfica.


Buen día………..SALUD.



“mil caminos por andar y mucho tiempo perdido sin saber a dónde ir,  no tengo tiempo ni sitio….” 

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