Domingo, once de agosto, en el marcado
punto de encuentro, siete caballeros veleños nos damos cita para el semanal evento; con las burricletas bien
dispuestas, saludos entre los congregados y comentarios varios, para dar
novedades y “preguntar sobre el verano”. La hoja de ruta y previa información,
nos marca “Las Cuevas del Águila, por la Real Cañada”.
Entiendo, que todas las prácticas deportivas son
exigentes, tanto a nivel físico, técnico y mental. Se necesitan horas de
dedicación y salidas (para otros/as, entrenamientos) y en función de las mismas, se puede ganar/perder facultades y/o forma
física. La pérdida de éstas, supone renunciar a ciertas etapas y/o divertirse o
pasárselo bien haciéndolas. Disfrutar del
esfuerzo, de la exigencia de la ruta, del colosal paisaje, de la compañía y
amistades. Contentarse con un plátano y unos frutos secos, un trago de agua
fresca y si se prefiere, como recompensa
final una cerveza bien fría. Destacar que esta simpleza es adictiva, como el
olor a jaras y pinos, a tierra mojada, como el frescor de la mañana o como el
sudor del esfuerzo, tras conseguir una épica más. A veces, resulta complicado comprender
por qué hacemos MTB; valoramos los pequeños detalles, nos inventamos rutas ficticias, recorremos
senderos idílicos, hacemos kms de más en cualquier reunión, deliramos al pensar
en “la etapa perfecta”, nos recreamos y
mantenemos una perfecta comunión con la naturaleza, nos embriaga el silencio y
la tranquilidad del monte, disfrutamos
de las salidas en grupo y en ocasiones, salir en solitario también es un placer
y, en pleno sufrimiento por el máximo
esfuerzo en una etapa, ya estamos planificando la
siguiente. Pero, cómo explicamos todo esto a los iluminados de la cultura del
mínimo esfuerzo, de la apariencia, de lo material, del miedo y de la avaricia. ¿Cómo explicar a
una rana la belleza de la montaña, la magia del bosque , si nunca ha salido de “su charca”?
Comenzamos la jornada, recorriendo las
callejas del “casco viejo” y el centro rural; nos enfilamos hacia los parajes
del estimado encinar; a nuestro paso, mantenemos conversaciones varias, abrimos
las porteras pertinentes (“las volvemos a dejar abiertas”), cuando en el
corazón de la dehesa, avistamos dos cérvidos que transitan algo despistados y algo más adelante, una piara de jabatos que
ante nuestra presencia salen a estampida –todo un espectáculo- para los sentidos
y sentirnos privilegiados por la estampa mañanera; cruzamos el arenoso río, Roberto “El Bueno” haciendo gala de su
pericia y buen estado de forma, pasa sin descabalgar, a pesar de las rodadas y
la dificultad. Bien agrupado, recorremos el pausado y sosegado paraje adehesado
y en la Cañada Real, cuatro compañeros (Gran Maestre, El Amigo Gabriel, El
Carpin y Goyo “El Coloso”) se despiden, van a buscar otras empresas por la
villa parrillana. El trío de caballeros (más adelante, nos abandona el amigo
Roberto, la hora es la hora), recorremos la variopinta vía de la trashumancia; pista bien arreglada,
pastizales, veredas ganaderas, tramos de piedra suelta y camuflada, tramos de
subida técnica, bajada con varias alternativas por el ancho de la vía. Tramos
asilvestrados y poco transitados, que hacen las delicias de la pareja de
afortunados; el amigo Gabriel “Machaque” a voces por estos lares, invocando a
los jabalíes y “venaos” para que se manifiesten y con su presencia nos
deleiten. Al fondo, los paisajes montañosos, muestran todo su esplendor, rezuma
el aire fresco y en la distancia parece
que nos llaman. Después de la grata experiencia, arribamos en Ramacastañas;
aprovechamos para repostar, picar de nuestras viandas e hidratarnos para el
camino de vuelta.
Reemprendemos la marcha, por la vía
tendida hacia “Las Cuevas”, por el hormigonado paso cruzamos el Tiétar, sin gota de agua por las fechas y extremada sequía; más adelante, en pleno paraje serrano, dos perros se ponen farrucos a pesar de las
órdenes de “sus dueñas”, pero el amigo
Gabriel desmonta y “les carea”. Con
éxito, salvamos los duros repechos que vamos encontrando, conquistamos “la
sierra del águila”, mientras disfrutamos de sus entretenidas trochas, envueltas entre la quietud y la agradable
fragancia de los pinos, madroños y jaras.
En pleno descenso hacia Navalcán (no era
la opción elegida, teníamos un refrigerio en Parrillas), nos recreamos más
relajados por la cómoda panorámica y
sobrevolando la serranía, pinchazo para El Relatero; cambio de cámara de
emergencia (risas por el envoltorio, para evitar sorpresas) , trabajo en equipo
y en pocos minutos, seguimos en el camino. Cruzamos la villa navalqueña hacia
el camino de Talavera, retomamos la cañada y volvemos a cruzar la despejada
dehesa; por supuesto, volvemos a dejar las puertas abiertas, mientras nos
escabullimos por el tupido encinar. Atrás, dejamos Trujillano y sus casas, transitamos el
espacioso y largo camino; por los huertos tampoco tenemos testigos y “la
criminal” la escalamos sin apretar. Sin más novedad, arribamos en la villa
señorial y despedida en “El Rollo” tras la buena jornada. Hasta la próxima.
En definitiva, ruta circular de 68
kms, los principales caminos transitados han sido; Camino de
Arenas-Parrillas-Navalcán, Camino de La Tabla, Cañada Real Leonesa
Occidental-Ramacastañas- Cuevas del Águila- Camino de Navalonguilla- Navalcán- Camino
de Talavera- Cañada Real Leonesa Occidental- Camino de la Tabla- Camino de
Navalcán-Parrillas-Velada.
Buen día……..SALUD.
“….mil caminos por andar y mucho
tiempo perdido sin saber a dónde ir, no tengo tiempo ni sitio…..”
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