Domingo, trece de agosto y como dice
el refrán “en agosto refresca el rostro” y sobre todo, si nos desplazamos a la
villa serrana de Arenas. Cuatro caballeros veleños, somos los convocados para el épico
evento montañero, que nos tiene preparado el amigo Alberto. Con las burricletas
bien dispuestas y prestas para la contienda, en esta etapa, ponemos el punto de
partida en el puente del Río Arenal, en frente de “La Bombonera”.
Iniciamos la jornada, “tiritando, por
las bajas temperaturas a las que no estamos acostumbrados” en esta época; camino de las
piscinas naturales, avistamos lujosos “chalets” y bucólicas chozas, rodeadas de
cuidadosas parcelas ajardinadas; entre la frondosa y fresca arboleda,
acompañamos el agradable sonido del riachuelo, removiendo las cortinas del aire
fresco,y encaramados en un discontinuo tobogán de cuestas. Salvamos los
pequeños repechos que salen a nuestro encuentro y también damos los buenos días
“a la ninfa deportiva de los cuentos”; sin darnos cuenta, cambiamos de pantalla
para adentrarnos en la senda de los sueños, un espacio sutilmente engalanado,
bien perfumado y por los galantes pinos custodiado. Por estos agraciados lares,
nos paseamos entre un callejón de castaños “a estas alturas, de frutos bien
cargados” y por la trocha empedrada, en
la villa del Arenal arribamos; saludamos al “solitario aventurero talaverano” y
hablando y preguntando, resulta ser un conocido de Alberto; le contamos el plan
diseñado, y sin pensarlo, de confianza sobrado, se anima a acompañarnos. Desde
este punto, afrontamos el exigente asalto por el empinado camino hormigonado;
unos amables lugareños, entre risas nos
avisan “que ahora empieza lo bueno”; menos mal,
que vamos a la sombra y entre castaños y pinos bien resguardados;
comenzamos a salvar los duros repechos, con desniveles de más del 20% según nos comenta Antonio Medina “El
Estratega”; durante la ascensión
mencionada, no se escucha “ni un suspiro”, ninguno de los componentes
hablamos; “poco a poco” vamos cogiendo más altura, después de una curva y otras pocas
más, unos metros más atrás, desde la
retaguardia –que remedio- observo el alegre cabalgar de mis compañeros; “El
Maestro Ceramista”, marca el ritmo y Cristóbal “El Nazareno” – a pesar de no
haber dormido- da la cara con desparpajo y mucho brío. Atrás, dejamos los
tramos más agresivos y complicados,
ahora sí, el bravo quinteto, agrupados
cabalgamos; salimos al tramo asfaltado y
“El Alto de la Centenera” conquistamos. En este punto, contemplamos las vistas,
fotografías de rigor y con algo de prisa “un tentempié echamos” para las
fuerzas recuperar. Después, de algunos minutos de descanso, encaramos algunos
kilómetros de bajada; de paso, paramos a abrevar y las botijas recargar, nos
despedimos del “talaverano” y más abajo, en el cruce de La Marañega nos desviamos.
Planeamos por el desolado – desde hace años- territorio serrano; por aquí, parece
que “algo” de calor, por el paraje lunar nos va a acompañar; transitamos la pista bien balizada, el majestuoso despegar
del águila, rompe la pausada calma que preside
la encumbrada postal y en el
conocido desvío, resuenan tambores de guerra y la vía se empina de forma radical; continuamos la severa escalada, cuando se abre
el camino de “La Penca” nuestro objetivo estelar. Tomamos posiciones y paso a
controlar la parte trasera, bastante tenemos con dominar las fuertes pendientes
montañeras, mantenernos sobre las piedras y salvar otras tantas regueras, arenilla suelta y pasos
técnicos que hacen más temerosa y dura “la dichosa trepada”. De vez en cuando, las burricletas se espantan y encabritan y pie a tierra
tenemos que poner, a pesar de nuestro bravío empeño y constante proceder. Después de “tanto
penar”, de uno en uno vamos coronando “la
improvisada plataforma”, aparcamos las cansadas
monturas y “bien alineados” hasta el
templo más alto nos encaramamos. Desde
aquí, nos deleitamos con las genuinas vistas, -mientras aprovechamos para picar
e hidratarnos- por aquí y por allá, el valle es más espectacular, hasta que
somos abducidos y llegamos “al limbo” de tanto admirar. También, aprovechamos para
inmortalizar agradables momentos, recrearnos desde el sencillo mirador y
tenemos unos minutos para reposar, “con lo que nos ha costado llegar”, ahora a
los sentidos tenemos que alimentar.
Reemprendemos la marcha, en esta
ocasión, bajando el camino rasgado que a prueba nos había puesto y tanto “sudor y apretones” nos había costado, por lo que extremamos la precaución. Todavía la fiesta no había
terminado y también subimos “la pared” de “La Penca Baja”, no ha estado mal, el exigente arreón – que nos pone a prueba una vez más- además, pensaba que hablábamos de kilómetros de cuesta y ha sido sólo “un cacho y casi echamos el
hígado”. Desde aquí, con tanta emoción y calores de satisfacción, nos falla la brújula y bajamos la senda
equivocada, ¡¡¡pero no pasa nada!!! Tenemos nuestros minutos de aventura, para
hacer más grande la magna hazaña; entre
altas retamas, matas sudadas de jaras y
zarzas cabreadas; tenemos que hacernos con una estaca para abrirnos paso por el
olvidado y quebrado camino de bajada. Después de jugar a exploradores y desbrozadores,
aparecemos llenos de arañazos, vamos, que parece que nos han atacado osos entre la maraña de maleza sembrada; después del ataque de los
matorrales, salimos a la vía asfaltada y
desde aquí, otra vez hasta El Arenal tenemos otro tramo de escalada; por el cómodo camino, el agua no puede faltar y pilones y fuentes encontramos a cada
paso; atravesamos la concurrida villa y algunos conocidos saludamos y desde el
punto señalado, dirección El Hornillo, para hacer la última subida de la etapa.
Tomamos el carreterín del Mirador y en una estirada y apacible sombra y bien
protegidos por la tupida arboleda, comenzamos la tendida ascensión; entre un
bosque de castaños, un pinar embriagador y chorreras de agua que inundan la
densa cuneta, parece que esta faena se
hace más amena. Alberto y Medina, no paran y tensan bastante la cuerda;
Cristóbal y El Relatero, sin bajar la guardia, hacemos este tramo “algo más
pausados”, parece que la sierra nos está pidiendo “tiempo muerto y algo de
descanso” –entre risas comentamos. Menos mal, que el escenario es digno de admirar y
disfrutar y después de “bregar por estos
lares”, en “La Francisca” nos reunimos con
los adelantados compañeros: “Lo realmente importante no es llegar a la cima, sino
saber mantenerse en ella”. Ahora sí, toca defender la larga bajada y recrearnos por la estampa
montañera, recogiendo los resquicios del aire límpido, contemplando los
agradables fotogramas que se esconden tras las ramas y recuperando el resuello por el esfuerzo
realizado. Para clausurar la monumental etapa, buscamos el laureado y afortunado rincón
de La Lobera y desde aquí, “a tumba
abierta” hasta Arenas nos lanzamos. Nos refrescamos, guardamos las burricletas
y para enmarcar la épica “pata negra” brindamos con exquisitos pinchos y zumo
fresco de cebada. Gracias compañeros.
Pd: Alberto, Cristóbal, gracias por
vuestra aportación fotográfica (7).
Buen día…………..SALUD.
“mil caminos por
andar y mucho tiempo perdido sin saber a dónde ir, no tengo tiempo ni
sitio….”
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