Domingo, veinte de agosto, repetimos
etapa de montaña y para no perder las buenas costumbres, preparamos el asalto
al mítico puerto de Mijares. Siete caballeros veleños acudimos a la encumbrada
cita, para tantear al “enemigo”, sus
puntos fuertes y otros tantos detalles. Con las burricletas bien dispuestas,
los convocados extramotivados y de
“sobra animados” nos echamos al monte,
en busca de novedosas andanzas y algunos alicientes más gratificantes.
Iniciamos la etapa y desde el minuto
uno, sin protocolo ni anestesia general, comenzamos a escalar; prima la
precaución y “el no asumir riesgos”, estamos de simulacro para el día señalado,
“tenemos que cabalgar entre 10 y 11 kms/h ” acordamos en el precavido pelotón. Dicho y hecho, pero Alberto y Medina,
se han quedado rezagados, porque el primero, las puertas de “la furgo” no había
cerrado. Cabalgamos bien agrupados, en
modo distendido –a ver si llegar el par de dos- y especialmente atentos a los elevados rincones que nos reciben y con cierto
misterio salen a nuestro encuentro. Nos perdemos por la vía asfaltada y vacía,
que reposa acurrucada en la agradecida sombra; parece, que estamos examinando y explorando el terreno, mientras
nos vamos columpiando de la encantadora altura. A nuestro paso, cambiamos de
parajes arbolados; robles, pinos y centenarios castaños configuran el
entrañable decorado; también, atravesamos alegres pueblos serranos, que nos
reciben con banderines de fiestas y los brazos abiertos, a la vez que
escuchamos –por parte de los amables vecinos- voces de ánimos. Oteamos otros
parajes más elevados, ¿será que volveremos? Divisamos otras antenas, demasiado
bajas –comentamos; también, allá arriba, “La Cruz de Los Desamparados”, se
llega caminando, según nos informan los
madrugadores senderistas que transitan la ancha pista. Después de callejear
y serpentear por la acogedora localidad, a la salida de Mijares, arrancamos
de forma oficial el inminente gran reto, la escalada del legendario puerto. Nuestro cabalgar es
cauteloso, pero desde que salimos vamos de cháchara, contando chistes y otras tantas
bolerías que también se nos escapan por la tendida subida ; confirmo el buen
rollo y armonía que envuelve estas aventuras y entre los integrantes la sana
camaradería; por momentos, el camino se muestra más empinado y de vez en cuando
–por petición popular- también el pie levantamos. A lo lejos, divisamos a “La
Ninfa Andarina”, que también es testigo de nuestra presencia y de algunos
piropos “no se libra” mientras nos recibe con risas y agradecida; más adelante,
un rebaño de lustrosas cabras entre polvo y “algo de prisa” salen a recibirnos
en la asfaltada vía, mientras a lo lejos, divisamos “a otro escalador
ciclista”; ante la visión presenciada, algún compañero afila los cuchillos y hay
amagos de salida; algunos coches,
cargados con bicicletas en sus maleteros, nos sobrepasan correctamente,
respetando nuestro espacio. Desde este punto, divisamos el zigzagueante y
empinado paso y más a lo lejos y a lo alto, “lo que parece ser un arco de
meta”. Por estos lares, -os lo puedo asegurar- disfrutamos con la escalada, con
las genuinas vistas y las placenteras sensaciones que nos abrigan; aprovechamos
para hacer fotografías, empaparnos con el torrente de buenos momentos que nos “calan”
por estas agraciadas alturas y en los últimos
dos mil metros, parece que nos venimos arriba, metemos una marcha más “y algo aceleramos”: “La montaña es generosa,
paciente y sabia”. “El poder de la montaña es un reflejo del poder de la
naturaleza”. Cruzamos victoriosos el
arco de triunfo, entre vítores y algarabía de los espectadores congregados;
fotografías de rigor y resulta, que había organizada una prueba de
cronoescalada, según nos comunican los tempraneros asistentes que se van acomodando
allá arriba. En este punto, abrevamos en la refrescante fuente de puerto,
también “algo picamos” para recuperarnos del esfuerzo realizado, “retratauras”
para inmortalizar la épica jornada, mientras aprovechamos y también, con los
lugareños conversamos.
Reemprendemos la marcha, ahora hasta la próxima localidad, ante nosotros
la apetecible y grandiosa bajada; algunos
compañeros, se entregan en cuerpo y alma, desafiando a la física, ¡¡¡a toda la
velocidad!!! Surcamos estos territorios montañosos, nos empachamos con sus
espectaculares panorámicas, del embriagador aire fresco que domina las alturas
y que nos envuelve entre sus delicadas costuras. En un agradable suspiro,
arribamos en la villa abulense y tenemos algunos minutos de risas, cuando
Gabriel “Lamparillas” se entera que tenemos que volver a subir “parriba”; “si
lo sé, me quedo en la cima, esto no lo sabía”, pero como es buen guerrero, no
se persigna y acepta el reto. Enfilamos la segunda trepada del día con la
consigna establecida, bebemos y nos
hidratamos sobre la marcha y cuando aparece “el carreteiro de Navalcarnero”,
damos novedades y un trío de aguerridos compañeros (Alberto El Maestro
Ceramista, Diego “Sin Miedo” y Medina “El Estratega”), se ponen a prueba y se
pegan a su rueda; los demás, (Martín El Fiero, Luci “Froome” y El Relatero) no
nos olvidamos de nuestros mandamientos, acomodamos el ritmo (“según el
propuesto pacto”) y a ningún compañero olvidamos; aunque tenemos que bajar
alguna marcha para agruparnos, controlamos el timón de la escarpada subida; nos recreamos
por el entorno que nos abriga y en el
último tramo, nos probamos y “le damos
algo de alegría”. Una vez que todos
coronamos, volvemos a pasar por la línea
de meta, mientras nuestros compañeros, nos cuentan “su apretón con el
carreteiro”, decidimos asistir a la cronoescalada que está a punto de llegar;
descendemos un par de kilómetros para presenciar “la local competición”.
Tomamos posiciones estratégicas, contemplamos las herraduras que trepan por el
vistoso puerto, reponemos nuestras botijas del manantial natural y unos minutos
más tarde, damos ánimos a los intrépidos
ciclistas que encabezan la carrera.
Después de este paso, proseguimos con el efímero descenso, animando y
saludando a los demás “carreristas”; a estas horas, los fotogramas pasan a toda
prisa, recogemos en nuestros sentidos el
camino conquistado, envasamos el apetecible aroma que desprenden los pinos, seguimos la estirada estela que
deja el agua fresca por la rebosada canaleta, volvemos a cruzar las concurridas
villas y por la despejada vía, después de la exitosa etapa, arribamos al punto de partida.
En conclusión, ruta lineal (ida-vuelta) de 65 kilómetros; hemos transitado, desde el cruce de Gavilanes hasta Villanueva de Ávila-Cruce de Gavilanes.
Pd: Martín, Diego, gracias por vuestra
aportación fotográfica (5)
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