Domingo, dieciséis de junio, tres
caballeros veleños acudimos al pactado punto de encuentro; con las burricletas
bien dispuestas y sobre la mesa, una de nuestras clásicas anual: Las Cuevas del
Águila en su versión circular.
Más de dos décadas, mostrando respeto,
tolerancia, pasión y admiración por los espacios naturales y por los valores superiores que éstos nos
transmiten, cuando sabemos observar y escuchar. Continuamos custodiando y
disfrutando del entorno más próximo (-y otros más lejanos-), de la diversidad y
variedad del paisaje, así como de la flora y fauna que en ellos encontramos. En
general, proclamamos y defendemos la
supremacía de la natura, ya que merece
la pena conservar y proteger, por nuestro bien y por las generaciones que
vendrán: “Cada vez que cabalgamos por la naturaleza, recibimos mucho más de lo
que buscamos”. Conscientes y convencidos de que
este emocionante viaje, repleto de aventuras, épicas y anécdotas mil llegará a su fin, cada semana salimos a disfrutar de la excelencia y de la infinita belleza que nos brinda la madre tierra; de sus
rincones más íntimos, de la grandeza de la montaña y de la perenne dehesa: “Tarde
o temprano la naturaleza se vengará de todo lo que las personas hagamos en su
contra”. “Salvaje no es quien vive en la naturaleza. Salvaje es quien la
destruye”.
Iniciamos la marcha, bien acompañado
con el amigo Roberto “El Bueno” y J.C. “El
Lobo”; abandonamos la señorial villa, recorriendo sus emblemáticas calles y “el
casco antiguo” de soslayo. Cabalgamos por el armonioso y pausado encinar,
oteando a nuestro alrededor, pero en esta ocasión “los bichos salvajes” nos
esquivan y en las profundidades de la dehesa, reposando “andarán”. Atrás dejamos
la finca de Trujillano, establos abandonados y otros recovecos laureados;
ensimismados en el fondo del monte, abrimos
las porteras conocidas; sin
sobresaltos, doblegamos el río castigado
por la notoria sequía y por la
retaguardia, arribamos en la aldea
vecina de Parrillas. Desde este punto, nos configuramos en modo escalada, toca
subir hasta “la cuerda”; por el vetusto camino, encontramos retamas floridas, un extenso pastizal que da
brillo a nuestra presencia, conejos y perdices correteando a nuestro lado y una estrecha
callejuela de jaras, vigilando el
rasgado y empinado paso. Avistamos la sierra al fondo y nos colamos en los
asilvestrados y poco transitados andurriales, encajonados por el
acogedor paisaje de pinos y madroños. Descendemos
por el quebrado tobogán, “concentrados”
y recreándonos con el bondadoso regalo, haciendo “malabares” para no aterrizar, sintiendo el frescor que nos prestan las inmediaciones del “Tiétar” y las vistosas montañas con sus puertas
abiertas. Sin sobresaltos, cruzamos el
nominado riachuelo, avistamos el parque de “Las Cuevas” a estas horas, sin
público todavía; nos adentramos en el perdido tramo, bien custodiado por los fornidos chopos y antes de
llegar a Ramacastañas, metros tranquilos
de asfalto, con las cimas serranas alegrando la relajante panorámica. Minutos
de relax en el solicitado pilón; paramos a abrevar y a reponer fuerzas con viandas variadas;
minibocatas, frutos secos, pasas, fruta fresca y riquísimas gominolas de
sabores varios, para endulzarnos y cabalgar más animados.
El camino de vuelta, lo transitamos por
la balizada cañada, perfectamente marcada –en estas fechas- por el trasiego de
la centenaria trashumancia. Nos
hermanamos y solidarizamos con la
mencionada "procesión ganadera" , para que estos tradicionales pasos –de antaño y hoy- no caigan en el olvido. Una vez abandonada la
vía occidental, nos adentramos en paisajes más entretenidos y empinados, que
nos hacen resoplar –algún suspiro también se escapa- y apretar los riñones un poco más; rescatamos los agradables olores que nos donan las encinas y el tupido jaral, que igualmente nos salpica de hechizados perfumes, que nos cargan las pilas y nos “dopan” por las
complacientes alturas. Cada cual cómo podemos, nos ponemos a prueba por la
tendida cuesta, recreándonos con las vistas de la mediana serreta. La prolongada
bajada, es un deleite para los sentidos y para relajarnos, después de los metros escalados; sin confiarnos, extremamos precauciones,
salvamos tramos rotos, regueras, traicioneros arenales y losetas de piedras
sueltas. Más distendidos, volvemos a cruzar Parrillas, para coger el camino
veleño, tantas veces recorrido; sin más novedad, plegamos y recogemos el mencionado paseo; después de
tanta brega, rebozados de polvo y sudor y “El Lorenzo” de testigo, a medio gas
atizando, afrontamos “La criminal” para rematar otra faena una semana más.
Despedida de mis compañeros de fatiga y hasta la próxima jornada. “Sólo si nos
detenemos a pensar en las pequeñas cosas, llegaremos a comprender las más
grandes”.
En definitiva, ruta circular de 65
kms. Los principales caminos transitados han sido; Camino de
Velada-Arenas-Navalcán-Parrillas. Camino Viejo de
Parrillas-Arenas-Ramacastañas. Cañada Real Leonesa Occidental, Camino La
Parreña, Camino Real de Arenas de San Pedro-Parrillas-Navalcán-Velada.
Pd: Roberto, muchas gracias por tu
aportación fotográfica (3).
Buen día……..SALUD.
“….mil caminos por andar y mucho
tiempo perdido sin saber a dónde ir, no tengo tiempo ni sitio…..”
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