Domingo treintaiuno de julio, después de “las
pertinentes gestiones nocturnas”,
repetimos (¿habrá más?) y en coche nos desplazamos a la cercana villa de
Arenas. Nuestro amigo Alberto “El Maestro Ceramista”, nos arenga y nos invita a
afrontar otro reto montañero; un sexteto de caballeros veleños componemos la
osada cuadrilla, huyendo del extremo calor y las abrasadoras llanuras,
marchamos a la conquista de “las gélidas alturas”.
Animados y expectantes iniciamos la
jornada, luciendo “palmito” con las
vistosas equipaciones, recorremos las frescas y desiertas calles de Arenas ; unos tiritando, otros,
comentando “que los manguitos no nos habrían sobrado”. Cabalgamos por la vía de
las piscinas naturales –antes, el primer repecho ya nos había calentado-;
suntuosos chalets y viviendas bien cuidadas se dispersan por la pista
asfaltada. A nuestro paso, un surtido vergel arbolado; castaños, robles,
cerezos y espigados pinos, haciendo compañía al animado río y engalanando el mágico
lienzo serrano. Salvamos ¿pequeños repechos? hace ya “un buen rato” que
entramos en calor, nos recreamos por el estrecho sendero, entre frutales y
verdosos helechos, camuflado y nos
encaramamos en una tendida subida “que nos pone a prueba y nos examina por la etérea
utopía”. El escenario pinar nos embelesa y armoniosos adjetivos superlativos resuenan entre la
frondosa y perfumada arboleda. Después del primer sofocón, entramos en un
terreno más plácido y sereno; duendes y elfos salen a nuestro encuentro y la
reina de las ninfas deportistas nos alegra y pinta de colores el agradable día.
En la villa del Arenal, paramos a abrevar, nos paseamos por sus acogedoras
calles y Gabriel “Lamparillas” hace una parada de consuelo para ordeñar a los repletos
y pintorescos cerezos; más adelante, nos enfrentamos al dragón hormigonado, por la iluminada postal y los rugidos del agua
salvaje al bajar; repechos del diecisiete por ciento, enjaulados entre muretes
de piedra y un pasadizo de fornidos árboles, por la senda de la sombra “que bien se está”. De uno en uno vamos
coronando, esperamos y nos agrupamos, para continuar escalando ¿dónde queremos
llegar? Entre todos, sembramos de virtudes el destacado lugar; Diego “Sin Miedo”,
idolatra cada pedalada que da; Ilde “El Suegro”, puesto de honor al “más
combativo”, destaca la prosperidad de la sobresaliente estampa y Roberto “El
Bueno” por estos lares, se entretiene “a la captura de algún pokemon”. Sobre
nuestras cabezas, reconocemos las altas cotas que atentamente nos vigilan, El
Puerto del Arenal y la Cabrilla ¿quién da más? Nos adentramos en una espiral de
belleza “sin par”, larga bajada para volver a trepar por un callejón arbolado
en el sombrajo refugiados y continúan los ya incontables surtidores de agua a
cada paso; esto es un lujo para el alma y los sentidos, “sólo el que puede ver
lo invisible, puede hacer lo imposible”. En plena armonía y comunión, descendemos unos metros para
repostar en el refrescante pilón. Compartimos viandas del menú tradicional y “exquisitas
cerezas” para la ocasión, gracias a nuestro amigo Gabriel que se ha
sacrificado, para compartir con el pelotón; minutos de relax y en la charca
Francisca, disfrutamos de sus afortunadas vistas y de la perceptible
tranquilidad que se nos brinda.
Reemprendemos la marcha por la vía
forestal, atentos a la cartelería, a nuestra derecha “otra subida” amena y
bastante entretenida, para despertar a “las piernas entumidas”; pierdo la
noción espacio-temporal “ante la encumbrada fantasía”, arribamos en “El Collado
de La Casa”, hacemos un guiño a las múltiples opciones que se nos presentan y
al final, nos decidimos por el descenso a media ladera; en la relajada bajada,
identificamos localidades de la periferia, “allá el Arenal y aquí abajo,
rodeado de pinos se asoma El Hornillo”. Alberto nos ilustra y nos informa en
cada cruce y se corona como oficial
anfitrión de la intrépida expedición. Sobrevolamos el estirado descenso,
disfrutando del momento y degustando los placeres del aire límpido, que se desprenden de la serenidad del bosque
enaltecido: un marco excepcional, colosal, digno de admirar y adorar. Entramos
en el pueblo de Guisando, recorremos sus angostas y frescas calles, foto de
rigor y otra vez, hacemos “un topabajo
largo”; mis compañeros se lanzan “endemoniados”, poseídos por el hechizo
montano y el poético encanto que gobierna
a estos elegidos recovecos. Para brindar
por la elogiada faena, nos adentramos en un laberinto de estrechas y divertidas
veredas; Pelayos y Los Pescadores, disparan los flashes y nos hacen el triunfal
paseíllo y entre sus espectaculares pasos, nos llenan de honores. Sin más
novedad, paseamos satisfechos por Arenas –con ganas de más-, bromas y risas por
algunas “bolerías” dichas y en la coqueta urbanización, otro día más, a la
sombra de los pinos, Raquel y Alberto, nos invitan a un refrigerio: Muchas
Gracias.
En definitiva, ruta circular de 46
kilómetros, los caminos transitados han sido: Camino Piscinas Naturales, Camino-senda del Hornillo; El Tejar, Los
Pradejones, El Berrocoso; Los Colladillos, Majomingo, Los Torneros, Los Tejos, Puente de La
Francisca, Collado de La Casa, El Hoyuelo, El Brezo, Guisando-Senda del
Pelayos, Senda de Los Pescadores- Arenas. Hemos pasado por El Arenal y
Guisando.
Pd: Alberto,
Diego, muchas gracias por vuestra aportación fotográfica (5).
Buen día………..SALUD.
“mil caminos por andar y mucho tiempo perdido sin saber a dónde
ir, no tengo tiempo ni sitio….”
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